martes, 31 de mayo de 2011

ay! miedo

19:07
Abro los ojos y el infinito encarnado en una cama titánica. Me sobra espacio nocivo para allá y para este lado. Ni almohadas para abrazar negando. Hay siete u ocho hectáreas hasta la pared y un vacío de abismo opaco a mis espaldas. Soy la esparraguera africana en el desierto plumeríl de un colchón arcaico.
Ay! el primero del día. Sos tan deliciosamente amorfo que lo llenarías todo.
No. No puedo abrir los ojos con tanto dulce de leche mental. Noticiero baja entusiasmo. No. Ese chorro se parece a vos… off.
Quiero que los mates vengan a mí, como lluvia de forraje regurgitada a borbotones desde un tsunami de yerbas que recorren mi cuarto hasta anclar en la bombilla y sincretizar en mí…
Pero no. Tengo que Ir Hacia. Odio los Ir Hacia, no soy mahoma ni comparto su afán. Yo sí espero a la montaña, sentada, en alpargatas y mirándola venir. Quisiera un poco de boomerang por parte de la vida alguna vez. Y no pido algo estúpidamente fabuloso y cómodo como que mi perro se haga puf, pero al menos algún gesto fantástico que me devele el guiño cósmico que ando buscando entre pelusas. Como acertarle al tacho de cocina los envoltorios que tiro desde el pasillo. Que un gnomo discreto me tire las bolsas de basura que acumulo de a cien antes de echarlas a la calle. Que ahí están ellas, miles de cientos de bolsas en toda la ciudad esperando al camión que las abrace, sabiendo en la demora calcada, que las van a degollar discretamente. Ay! No. Es muy temprano para estas identificaciones. Ni se sacan solas, ni se ceba solo, ni la radio se autodestruye cuando pasan ese tema de montaner que odio. Enfrentemos realidades a paso de topo.
De la cama a la hornalla, hecho. Ahora restan veintitrés horas 55 minutos para la próxima depresión pos despertar.
El abrir de las ventanas me duele en todas direcciones. Me veo de reojo en el vidrio; incentivo para encontrarme el afuera. Ay! Viento. Y quejas y frío y burlete caído.
Hay tantas cosas entre un segundo y el que viene.

Hay un farol descascarado por cientos de iniciales que ya no caminan juntas.
Hay un rincón de la casa donde barro sin ganas. Hay un frasco de condimento que nunca supe que tiene.
Hay un piso. Y un techo. Y trescientas paredes donde me dejo caer, liviana, como el aire que pasa entre las hojas cuando nadie las ve (y ataques de romance seguidos de vaso y negación)
Hay dedos del pie con uñas dadá.
Hay restos.
Hay un libro en otro idioma que para qué lo tengo. Otro que no devuelvo más y uno que tendría que leer sin subrayar.
Hay la puerta de casa. Hay veces en que descongujo todo.
Hay un afuera con otoño, panfletos de videntes en los postes de luz (sino- dónde?), ojos que cruzamos en distinta dirección.
Hay gente que se repite en los bondis.
Hay estos pensamientos mientras las uñas me comen.

19.11
Me dormí otra vez.
(cayóse el mate, golpeóme la cabeza, la ventana ahí quedó. Me desmayé de sobresueño?)

Kiosco.Patio.Café.Ropa para otros gustos. Diarios. Vinos. Seis locales y llegaste. Qué sueño más rosa algodón. Casi beso, casi hablo, casi el timbre fraticida me infarta un pecho. Ay! Baldosa del polo. Ay! Se me enreda un pelo en el botón.
Y no era sueño. Eras vos y mi vergüenza queriendo ahogarse en las lagañas.
¿te cuento esto a vos o lo estoy pensando muy fuerte? Mientras vos y la campera, y el relato en mi cabeza me retrasa los reflejos.

Un dejo de prólogo se nos instala rápido.
Mate con risas de yuyos.
¿entrégome al humo demasiado rápido? ¿ese fue tu roce intencional o ya se me llenó la cabeza de prepizzas?
Sh……….. Ahí viene mi deseo recurrente de que nos hablemos como ballenas……. Ahí vino.
No ves? hasta los pulpos se tocan con menos excusas.
(Rabas con limón al costado de la ruta. Me excita hasta tu cara de acidez.)
Hace rato estoy mirando la pecera. Ni quiero acercarme a confirmar si ese pez está haciendo la plancha. Mejor vuelvo a este aire tibio, a este otro silencio.
¿Hace cuánto no digo algo? Si hablo y me río, escupo. Si callo los nervios se me hacen risa. Ok. Me parece que río mucho y hago poco. El humo ya me anula. Si estuviese novelizada en el segundo bloque no me mira nadie.


-Cambio de canal?...........................
Ay! Qué elocuente. Tenemos un empate con el sermón de la montaña. ¿porqué mejor no me trago los dientes y me enrulo la lengua con la cadena del inodoro?......
En mi autobiografía esta página suda.

Hay una brecha hasta el relajo que cada vez se me hace más honda.
Hay un beso atragantado que si pronto no es parido se convierte.
Hay un miedo a reiterarse, a amputarme otro no, al cachetazo virtual que me dibujo siempre.

19.89 se me nubló la noción espacio-temporal con el último chicle que me estoy tragando. Te reís de nuevo y tengo una embolia.
Ay! amigo mío de pelos indecisos! Ay! Ser ingenuo de mi alboroto mental!
Hay un río de palabras que nos comen crudos. Yo intento y pongo excusas en los vasos, en los tarros, en mi torro, en nuestros porros; pero no le hago contrapeso al pánico.
Hay un frío yugular del segundo previo al tacto. Hay una ruta tropezada hacia tu gesto, larga, padecida, con un sol sádico en la punta y lija por debajo.
Hay un puente al otro lado hecho de hisopos, pluma y goma eva; y tengo que cruzarlo con estos traumas a cuesta, con esta comparsa de complejos destilándome el flequillo.
Ay!
Querido.
Un preámbulo ridículo para decir te quiero.

Viaje desde Polipio

Un tren sale de su cabeza. Es sol lo que blanquea al pasto y calor lo que suda a los cuerpos. A uno de ellos, en medio de algún lado, le sale un tren de la cabeza.
No hablamos de la idea de un tren, un truco visual, o el enganche cartulínico propio de la más neófita maestra jardinera. Siquiera me refiero a una extracción quirúrgica de la fotografía de un tren previamente introducida por distintos orificios receptivos del cuerpo para tales fines.
No.
Literalmente un tren sale de su cabeza, con tantos vagones como número de estrofas tenga la canción que esté cantando el tipo. Porque hablamos de un tipo, de un hombre, y de un tipo de hombre bastante peculiar. De esos a los que le salen cosas de la cabeza que no son mocos ni pelos ni gotas.

Este es su gran problema; y así trataré de narrar noblemente el origen (y con sello de cera prometo que les deberé eternamente la conclusión):
Su cabeza pertenece a un cuerpo que una vez fue niño que antes feto que otrora raya en un test de preñez bastante elemental leído por la moza de un bar vetusto a la que el nombre Polipio le resultaba mágico.
Polipio entonces.
Así se llama Polipio, y así es que con ese nombre a cuestas, en su propia casa construyó una pieza con paredes de pasto mullido a la que él sólo ingresa solo, y de la que sólo el solo sale, con una bolsa repleta cada tres o cuatro entradas.
Visto y considerando, y sacando el considerando, voy por lo visto, que es Polipio.

Este es su gran problema; y así intentaré de contar fiacosa y vagamente su desarrollo (aunque claro está, como advertí, un remate ausente tiene más de subasta malograda que de final honorable):
Este tipo lucha cada día de su vida contra arcadas de felicidad frustrada. Por ejemplo contra una mano que quiere hechar a andar la púa y a favor de un flequillo greñudo bastante hastiado del despeine. Pero en esta lucha de tarde de jueves, se filtra la guitarra de Don Oscar Avilés por la radio madre del lugar, y vence la mano. El disco empieza al ritmo de un cajón, que se mete por la manga de Polipio con disco, cajón y zapateo mental todos juntos. Y él canta entonces. Liberado –liberando- y las venas de su frente de abren como flores hechas de sangre, mientras su cuerpo late, y renace, y deshace el aire de alegría.
Y de la flor entre sus cejas la corola se ilumina, y el centro de luz se agranda dando paso a los rieles, y sus pies corren, entran al cuarto, cierran la puerta y la boca sigue en su fiesta. Y las notas de su canto acompañan a los trenes arrojados desde su frente hasta acabada la canción; para salir con la siguiente y la próxima y todas las que le permita el espacio de su cuarto hasta llenarse de trenes el labio superior.
Ahí cierra la boca, los ojos, el alma, mete todo en una bolsa y al jardín. Vagón por vagón su canto secreto se retira al entierro, se duerme entre barro fingido, y él vuelve a clasificar cubiertos.

Sí.
Polipio canta; pero canta solo.

Y No.
Si alguien se pregunta ingenuamente por qué Polipio no canta a sus amigos y los sorprende con su vómito ferroviario, sabrían después de seis desmayos bordeando el patetismo y un ataque cardíaco del tío Gerardo, que nunca es grata la mirada de quien conoce a la mujer barbuda.
De allí el secreto, la vergüenza, el escondite, el pasto que oculta las caídas y los grandes escapes públicos por los cuales Polipio es conocido entre sus mismos.

Este es su gran problema, y así su última aparición en público (y aunque me encantaría contar con el desenlace que no tengo entre todas estas pasas y pequeñas botellas para enanos ebrios que regalan las empresas mediocres para las fiestas; téngolo no. No lo hay):
Polipio va al cumpleaños de la hija de su jefe en una quinta donde el transporte más cercano lo obliga a caminar 34 cuadras bajo los mismos grados de calor (ítem numero mil sesenta y dos en la lista de cosas que hace absoluta y rotundamente contra su voluntad). Son las 6 a.m. y sólo quedan los invitados que para evitar la vergüenza de aún no haberse ido siguen emborrachándose tibiamente, siguiendo aún sin irse, y de ahí la vergüenza en rulo y otra vez los ojos detrás el vidrio.
Vaso va, copa cae, un disco de Rulli Rendo y Polipio que viaja sentado a su infancia con su abuelo cantando un tango, mientras escucha las canciones que su nieto aprende y le da un golpe seco en la nuca dejándole rastros de mandarina. Y con ese recuerdo golpeado y las dulces palabras del nono aún resonando (’’pedazo de maracota con esa música de bosta!’’), así entre los temas ’’Si te vas de mi" y "Ay Doctor", las mismas ganas de cantar (y escupirle las sandalias al abuelo) le subieron por los tiradores y gritó nomás. Gritó desgarradoramente una estrofa- y hasta movió ínfimamente la cadera al son- y un tren de vagón tolva 2055 color rojo óxido cayó desde su frente al plato.
Yo limpiaba la chicha de las mangas de mi vestido, cuando lo escuché. Sólo yo estaba en la mesa más cerca, contando borrachos sin saber cómo volver a casa. Sólo yo escuché una voz de la cual salían los colores que aún no conozco. Sólo yo dejé de llorar durante ese grito, que contuvo tantas melodías como caricias y golpes andaba ya necesitando.
Y sólo lo vi correr.
No lo seguí cuando se fue, ni nadie me contó su historia, ni lo alcancé en la esquina, ni le pedí otro poco.
Se fue y quedé hamacada en sus notas con otro medio whisky; pensando que un canto tan hermoso y triste a la vez, quizás sólo debía existir durante ese preciso momento azoroso.
Me llevé el tolva 2055 a casa y lo enterré en el patio. Me gusta la historia con la que iba su cara y quise enmoñarla igual.
Además, esa noche, confirmé ciertas teorías propias. Como que puedo llorar con Rulli Rendo, y que a veces, la voz más hermosa del mundo, pertenece a un único hombre, que canta solo en su casa y en un cuarto al que nunca fui.