domingo, 4 de abril de 2010

A la luna no le importa que me muera

A la luna no le importa que me muera.
Que se me vayan cosiendo los bolsillos, y vaciando los zapatos, y soltando los colores. Nos huele de reojo el rocío que ni ganas de mojarnos, mientras nos vemos dormir de día tras esa cuerda empapada que respira alcoholes, a punto de llamas, con ayeres tan lejos, nublados, tantas comas como lenguas bizcas.

Éramos nuestra mejor versión.

Y que la luna saliera eran tus platos verdes. La cena, escasa y con risas, con película vieja y espera sin uñas.

(El sillón y sus tomos de vida con pulgas que viajaban buscando, y vivían en él un rato, hasta que la polilla avanzaba o alguna nueva excusa nos vomitaba al piso. Nos dejaba mezclando sudores, azulejos. El amanecer eran dos tazas)

Pero a la luna no le importa que me muera, y sigue aunque el vaso se me caiga y tus trapos no lo limpien ni tus pies me corten carcajadas.



Tengo un espejo circundante.

Mostrándome un ojo que se aspira, el otro agujero, números. Los labios en trenza, subiendo a una oreja triangular, habitada por cuises, pétalos sin hilo.

Me miro de nuevo, y ella.

Ahora ahí, reflejada hasta en lo opaco. Aunque ate las rejas, cuelgue tres bichos al vidrio y al cielo. Desde un agujero de rata me muestra que pasea, a trompadas con estrellas, sexo limpio con boreales. Lo mismo escupe un collage de lo ido, todas rotas e imparejas las fechas en la frente.

En un círculo perfecto, flúor con tiempo. Allá tan cerca, la laguna del desliz; las piedras tragadas, las manos perdidas. Los quinientos treinta cuatro insultos que me bañan por segundo cuando viene la noche.

Mierda.

Que la luna saliera eran todos sus sonidos.

Era un freno en mi puerta, otro plástico abierto. Las toses de los viejos que no llegamos a ser juntos, con la hamaca de las drogas y la manta manchada. Y el gemido que empañaba la alacena, mientras quince atunes envidiaban nuestras gotas.

Era la mueca, que tira al labio hacia un costado y el otro y arruga las narices y muestra los dientes beiges. La puta sonrisa que no vuelve mientras siga lloviendo dentro de mi casa.

A la luna no le importa que me muera.

Ni que manche estos papeles con queso, ni que tenga los pies más grandes de tanto pisar torcido, en medio del charco, al costado de lo cierto.

Me está saliendo una paloma del lado triste del ojo.

Ya con vergüenza de haberse tirado en este hueco, el cuerpo que era cuando todavía los ríos, los juegos a la vela, las ganas de tragar.

Y a mi no me interesa para plantar tres papas, cortarme el pelo, pescar la chance. A mi no me afecta ni ésta luna de año nuevo, ni el ocaso campante con sus rarezas de apocalipsis moderno.


Porque a la luna no le importa que me muera,

cada vez que la veo,

cada vez que no estás.

No hay comentarios: